La pandemia llegó para cambiar nuestro estilo de vida.
Desde casa debimos trabajar, estudiar, ejercitarnos, buscar nuevas formas de hacer, de crear, de entretenernos y comunicarnos.
Pasé meses buscando algo que le diera sentido al aislamiento, las ausencias, la lejanía y las pérdidas que fueron sucediendo y en las que no pude estar presente. Participé en seminarios de educación, de música tradicional, de Bandas de Viento del Centro de las Artes de Guanajuato, de la Fonoteca del INAH, de movimiento corporal artístico, y varios más, pero no era suficiente, algo me hacía falta para aliviar el alma.
Un día encontré en Facebook una publicación donde María de la Rosa invitaba a participar en un taller de versada con el maestro Patricio Hidalgo: músico tradicional, jaranero, versador, compositor, improvisador, investigador, poeta. Me emocioné, aunque también me asusté. Le di vueltas a la idea unos días, porque versar con un maestro de esa talla, no es algo que me haya imaginado. Desde mi punto de vista, versar es algo muy propio de los grandes maestros como Don Arcadio Hidalgo, un extraordinario maestro de la improvisación, abuelo del maestro Patricio, o como Don Guillermo Cházaro y sus décimas, Tío Costilla y sus improvisaciones haciendo uso de refranes, o también como Don Andrés Vega Delfín que con su guitarra de son hace poesía y me deja sin aliento.
Desde Mono Blanco (el primer grupo que escuché) fueron apareciendo en mi lista de músicos de son jarocho: Los Utrera, Son de Madera, Los Vega, Chuchumbé, Los Parientes de Playa Vicente, Los Cojolites, los Baxin, sólo por mencionar algunos.
Antes de conocer los versos del maestro Patricio, ya conocía los versos de Don Arcadio, los escuché con Los Folkloristas, Amparo Ochoa y con el grupo Mono Blanco, fueron parte de mi vida. En ellos encontré eco de mi propia rebeldía de juventud.
Fragmento de la letra de El Fandanguito del Maestro Arcadio Hidalgo
Les he contado que el son está en mi historia, el son huasteco por mi abuela Teresa Infante, de Platón Sánchez, Veracruz y el jarocho por mi abuelo Antolín Cansigno de Chinameca, Veracruz. El interés en escucharlo, bailarlo y cantarlo ha estado latente desde mi infancia, pero hacer versos es otra cosa, es apropiarse de un estilo de vida, de un modo de ser, ver y decir cada frase o verso, aprenderse las diferentes estructuras, etc. Y bueno, pude perder el miedo y tomé la decisión. Me inscribí con mucha curiosidad, reconociendo la gran trayectoria del maestro Patricio y sus orígenes.
Concierto en la Ciudad de Puebla en abril de 2012
En mi primera clase (ya habían iniciado los talleres) vimos coplas y su estructura, los tipos de rima, los versos octosílabos, rimamos algunas palabras, terminamos formando frases de ocho sílabas sobre el tema de la resiliencia. Ese día me descubrí hablando sola, inventando frases, contando sílabas en la cocina, en el patio, con mis plantas, mis perritas, etc.
Después llegaron las cuartetas: regular y redondilla, saludos, despedidas, improvisación, quintillas, sextetas y por fin la Décima Espinela y digo por fin, porque ya había estudiado un poco sobre las décimas y sus orígenes. Aprendí también qué es un fandango, por qué a veces bailan solas las mujeres y cómo es necesario al iniciar ofrecer un saludo o solicitar permiso para versar y al final despedirse, qué es el pie forzado, contrapunto, los versos encadenados, los pareados, etc. Casi un año de aprendizaje, y así fueron sucediendo las clases, escribiendo, leyendo, memorizando, cantando y con ganas de bailar. Después de algunas semanas fue surgiendo la magia, a pesar de los errores, ahí estaba escuchando, aprendiendo y escribiendo. No es lo mismo escribir prosa poética o versos libres que escribir una endemoniada décima con dos redondillas y un puente. Sigo aprendiendo.
Cada clase con el maestro se convirtió en una terapia, se volvió una necesidad, escribiendo los sentimientos o acontecimientos relevantes de la semana, cotidianos, sociopolíticos, y así los sábados a las once de la mañana se fueron volviendo un momento de reflexión y estableciendo nuevas interrelaciones con personas extraordinarias.
El son, como dice el maestro, no sólo es para expresar la alegría de la gente, el entorno, sino también para manifestar la realidad de una sociedad en búsqueda de cambio, nos motivó a rebelarnos a través de la palabra. Como dijo Gabriel Celaya en La poesía es un arma cargada de futuro:
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