Victoria Luna:
Imágenes del interior
Por: Dr. Odalís G. Pérez
Victoria Luna es una poetisa mexicana que ha viajado
mucho por sus mundos interiores, asumiendo desde la poesía y el sentimiento las
vertientes de un imaginario poético y sensible abierto. La vida de lo poético
descansa para ella en el lenguaje, y como expresión vinculante participa de
aquel fondo generador y nuclear de la estructura poética.
Nacida en Tampico, Tamaulipas, reside sin embargo en
León, Guanajuato, (México), y se desempeña allí como profesora asumiendo la
creación poética desde un compromiso existencial y humano relevante. (Véase su
libro Imágenes del interior, Eds. Página, León, México, Col. Raíces Verdes,
2005, 88 págs). Las líneas del poemario enuncian una condición que se
explica y expresa a partir de un lirismo asumido como fuente, fondo y ritmo
poético en varias instancias de su significación.
La poetisa construye su imaginario desde una síntesis
de zonas dramáticas y ontológicas, cifradas como líneas y travesías que se
justifican en la libertad del ámbito lectural. Toda vez que se “habla” desde
una condición poética interiorizada, la autora instituye lo creacional como
cuerpo lírico y forma-clave de poetización:
“No soy yo quien pronuncia vocablos
en las cicatrices desnudas
lacerándote hasta la médula del
hueso.
Es tu voz de agua brava ladrándole
a la luna
En las áridas noches
Que te acercas a ella.”
(p.17)
De esta manera, mirada y tiempo se reconocen en la
transgresión del lenguaje y el universo poético mismo:
“Los ojos trazan veredas en busca de tu rostro,
los minutos encadenan eslabones de
impaciencia…
Se derrama tu aliento, me transita,
concibo íntimamente las imágenes,
luminosa presencia fiel al tacto
y a la vista, como el sol que
brilla a todo fuego
en la fuerza irreversible del
momento.”
(p.18)
La poetisa pelea con el lenguaje, pero siempre a favor
del sentido y el discurrir verbal. Intencionalidad y poeticidad se movilizan en
el poema:
“No sé cómo arrancarme estas sílabas
que palpitan aún entre las venas,
transcurren los sentidos
a pesar de sangrarme la memoria.”
(p.19)
En efecto, la poetisa extiende su juego verbal y
significante a partir de la visión del yo-otro y del temblor ontológico de la
voz:
“Mi voz tiembla en el aire.
Se mira desnuda en el espejo
para que tú la mires”
(p.20)
…
“Nuevamente su voz
oscilando como un péndulo”
(p.21)
La voz marca también la pregunta, el repliegue y la
raíz temporal allí donde el horizonte se convierte en un motivo fundacional y
en ala de los sueños:
“ ¿Por qué el horizonte me llama al sitio
ahí donde las alas no son
suficientes
para el vuelo de gaviotas,
donde el sol se repliega
y el mar incendia,
y el viento es el único motor para
los sueños?”
(p.23)
Ciertamente, la estructura-horizonte del poema provoca
otros horizontes como diálogo y fin:
“¿Qué tiene el horizonte que me provoca
ir más allá de mis propios horizontes
arrancando las raíces temporales
de este terreno donde las nubes retornan
cada vez con más frecuencia,
donde el umbral es sólo una palabra
que deletrea diálogos fugaces
y traza adioses en los labios?”
(p.23)
Pero el horizonte no es sólo una metáfora. El
pronunciamiento que desde la mirada interior quiere mostrar sustancia y emoción
se convierte en texto lírico, haber y ser de voz y nombre que también se
explica en la construcción de lo que la poetisa llama “imágenes circundantes” y
que en la segunda parte del poemario alcanzará su tamaño poético y su sello
expresivo:
“Ausente de mí pienso en la mujer
que habla el idioma de las aves
y tiñe de azahares su cabeza.”
…
“Cierro la página del libro.
con los temores bajo el brazo
deseando la mañana.”
(p.27)
Amor y nombre, deletreo de signos, y sin embargo
convergencia significante y significativa, producen los tonos de un poetizar en
la vivencia lírica, en las intensidades que anudan el decir de la memoria
reconocida y estimada en el amor y sus caminos:
“Lo deletreo.
Pienso en la imagen de tu nombre
salpicando la mañana primera
que te tuve entre mis brazos.
…
Lluvia que me habita desde entonces,
ojos que cantan,
frondas de primavera.”
(p.28)
Los caminos que se abren a una expresión viva en la
palabra se unifican en el encuentro o la cercanía simbólica y temporal. En el
poema dedicado a Charles Baudelaire lo dicho y el decir conforman una misma
cadena semántico-poética. El poeta francés reposa inmóvil ante la mirada de
nuestra autora, pero además, su huella da lugar al relato íntimo y
trascendente:
“Caminando entre tumbas
epitafios y olor a flores secas,
te busco.
…
Tus huesos carcomidos
están al margen del tiempo
que otros pasos consumen.
Reposas inmóvil, sin embargo,
tu retórica aún
exhala vibraciones
del abismo existencial
por las calles de tu alma,
en el sopor de la tierra
que te cubre.”
(p.31)
Cuando la poetisa piensa dicho espacio de presencia,
muerte y camino, la imagen de Baudelaire crea sus líneas de pronunciamiento en
el poema, y el mismo conforma una microbiografía lírica instruida en los puntos
y tiempos de la modernidad.
Desde su cardinal, el poema va construyendo su
significado poético:
“Tus poemas siguen
el curso de los días
hambrientos de almas solitarias
de poetas despeinados por la luna.
París y el Sena
arrojan al viento alegorías
que arrancaste de tajo
a tus pasos agoreros
hastiados de la vida.”
(Ibíd.)
El elemento agonal estimado como cardinal de todo el
poemario, se reconoce en el conjuro, en el manto luminoso, la esencia indecible
del momento, la tierra del alba, los fértiles sueños y otros ritmemas poéticos
que constituye el arqueado verbal y tópico del poemario.
En la tercera parte de Imágenes del interior titulada
“Imágenes de las palabras”, la autora propicia mediante el viaje poético
la comprensión de lo que el poeta es en su condición y búsqueda. Lo que nombra,
dice o expresa es la palabra, el lenguaje mismo en su propiedad y sentido:
“Las palabras tímidamente se asoman,
danzan como en un lago de luz,
en las pupilas insomnes.
…
Las palabras indefensas
rosadas por la sombra,
revolotean como hojas indecisas
deambulan igual que un reflejo de
luna
ahogándose entre sueños,
fulgor temblando en las crestas del
alma,
Fantasmas rompiendo las paredes del
olvido.”
La travesía que marca las líneas o cardinales
significantes de la palabra poética, afirma una visión del sentido que activa
el nacimiento mismo del poema:
“Van floreciendo las palabras
en las frondas del silencio.
Con desamparada inocencia
se derraman en papel
para que nazca este poema.”
Lo que se desprende en este caso de la concepción
lírica del poemario, es la idea de una relación marcada por lo que es el
lenguaje y la poesía, pero sobre todo, por lo que son los signos poéticos
motivadores de la visión configurante del imaginario lírico:
“Tus palabras entretejen la vida
como una enredadera,
trepan el muro
donde la luna dormita.
Llegas silencioso
entre fulgores
como un rayo que retumba allá
a lo lejos.
Tu lenguaje es poesía.
Hace crujir las ramas de la noche”.
(p.41)
Victoria Luna se sitúa como poeta en la vertiente
expresiva de un espacio trascendente, pero sobre todo, de una imagen que parte
del otro y de la otredad, de ese sujeto “que dibuja versos a la luz de la
aurora” (Ibídem). La poesía es, entonces, aquello que los poetas engendran como
vida, ser y razón del lenguaje.
En la quinta parte del poemario titulada “Imágenes
del Viento” la transgresión insomne produce la movilidad poético-verbal que
activa el sentido, la visión especular del decir poético en contexto de
lengua-lenguaje:
“Una transgresión insomne
ha roto una ventana…
Se agita la memoria
desviando el curso del silencio.
Un vendaval de reclamos
muerde el filo de la noche.
Oleadas de clamores
discurren por el vértice
animando a las pupilas
volar hacia la luz
en los remos del día.”
(p.59)
En el tiempo de la misma emisión, pero convertida en
eje de inflexión y ritmo interno gradual percibido también en todo el plano de
superficie, se complementan los mensajes cardinales y se pronuncian en la
libertad misma del lenguaje:
“La respiración interroga el alba
con diestra insistencia.
Y entre golpes del viento
se fugan
las
palabras!
(Ibídem.)
La misma libertad en la escritura poética propicia su
contexto de lenguaje y significación en el orden nocturno de la experiencia
interior. De ahí que en la sexta parte del poemario titulada “Matices”, la
invocación, el viaje, la transgresión nocturna, revela ojo, presagio, vientre
y espacio en movimiento:
“Es la noche la escalera de los sueños
la memoria del tiempo transcurrido,
semillero de miradas tristes
a sitios distantes,
donde las palabras son puentes
levadizos
por donde cruzan los sentidos.
De noche se aviva la vida,
se puebla de sonidos,
de autos trasnochados,
de ecos de la luna,
del ladrar de los perros,
los suspiros…
Esta noche la luna dormita
Entre las sábanas.”
(p.67)
Pero aún más, lo que se emite como visión y tiempo del
significado poético, es justamente la incursión en el silencio, en la ocurrencia
que admite lo dialógico del poema y su huella:
“… La mirada se incendia,
revolotea en los linderos
donde los fulgores se vuelven milenarios.
Aquí resplandece la historia
en las plazas legendarias
y en las estatuas de rostros inmortales.
La lluvia se adueña de las calles,
salpica la memoria.
La avidez se guarece entre muros romanos.”
(p.69)
Es importante puntualizar a propósito de Imágenes
del interior, el hecho de que la memoria de viajes y resplandores se hace
cada vez más visible en la desnudez concurrente del fraseo poético mismo:
“Expira indefenso, hálito
del día,
donde habitan las sirenas, exangüe
deja latir,
irrumpe los sueños, detrás de una
armadura.”
(p.70);
“Alba es vuelo de ánades,
mirada en espera, serpiente dejando
la piel en el olvido,
gotas de silencio, azulados
olivares,
esbeltas figuras
fantasmales.,
Evocaciones mudas, realidad
danzando en las pupilas,
a punto de fuga, ata la
soledad, reviste de recuerdos.
(p.71)
Sobre muros de piedra,
puentes añejos,
torres esbeltas, destellos
verticales de sol.
(p.72)
El vocabulario poético instituido por oposiciones
bimembres y polimembres, materializa la extensión e intención de un verso que,
desde su constitución semántico-verbal expresiva, cualifica los contenidos
activadores del bloque poético. El fraseo se estima en aquellos qualia
que particularizan el orden y la intensidad poético-verbal en la séptima parte
titulada Territorios:
Sitio que me acuna,
toma de la mano la vida,
crestas del alba,
sombras trepidantes de la noche,
espacio solariego,
la luz discurre,
ilumina desde adentro las plegarias…
(p.77)
Hemos visto cómo la imagen poética extiende un sentido
en un ámbito simbólico propiciador de efectos sensoriales y estético-verbales,
toda vez que el espacio del poema se unifica en grado, mundo, especie y forma.
El universo poético es entonces espacio del sentido, y particulariza un estilo
de lengua poética visible y sensible, cuya decibilidad enuncia contenidos,
sustancias y entidades propias de su significación agonal.
Finalmente, podemos decir que Imágenes del interior
de Victoria Luna presentifica un lenguaje de entidades poéticas que
movilizan ese fuego mítico, donde la palabra poética es el arte mismo de
expresar una huella, un mundo abierto al sentido y su trabazón en la
estructura de superficie y profundidad.
El movimiento intencional del poemario, entroniza en
la lectura y sus ejes espectrales, todo un sistema de claves y tonos que se
intensifican en el orden metafórico y simbólico del texto.
La singularidad de una poética del viaje y el recordar
nos induce a permanentizar un acto agonal de lectura que abre y cierra a
la vez el signo poético, para que el mismo pueda constituirse como intérprete
en el proceso de síntesis poética. Entender en este caso las Imágenes del
interior de Victoria Luna, significa reconocer los mundos y entidades de un
imaginario poético aural y por lo mismo trascendental.
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