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Selva Lacandona

Desde que tengo conocimiento de los lacandones y  la Selva Lacandona,  la imagen que evoco es de hombres morenos, de cabello largo y túnicas blancas, rostros sonrientes y expresión pacífica conviviendo armoniosamente con la naturaleza. Siempre tuve la idea de que la selva es un lugar inexplorable, que su magia se centra en su pureza e inocencia, en sus habitanes que viven de ella y para ella. Estuve ahí, después de la insistencia de mi hijo que ya había estado en Nahá y Metzabok y quedó enamorado. Su invitación fue para conocer Lacanjá.
Es impresionante el choque cultural desde que uno comienza a observarlo todo: la flora es maravillosa, con todos los tonos de verde y todos los colores. La fauna es admirable por sus sonidos y vuelos, animales desde los más pequeños insectos hasta los jaguares (que no vi).




Para llegar al  primer destino de nuestro viaje, fue necesario trasladarse desde Tuxtla hasta Frontera Corozal, tomar una lancha que hace un recorrido de cuarenta minutos.
Yaxchilán es un lugar mágico ubicado a la orilla del río Usumacinta, la naturaleza ha creado una fortaleza de árboles enormes y añejos y de maderas preciosas, la explanada tiene una vista espectacular a todos sus rincones, los sonidos de la selva se funden para crear sinfonías: cigarras, monos, aves, insectos ayudados por el viento entre las ramas. Una de las experiencias que me dejó impresionada fue cuando un grupo de monos saraguatos se acercó al territorio de otro; los gritos y aullidos fueron ensordecedores, supe que era por defender su territorio porque el guía nos explicó, de lo contrario yo hubiera pensado que era con nosotros el pleito, porque estábamos invadiendo su hábitat.

Monos saraguatos en Yaxchilán
Conocer Yaxchilán, su arquitectura, entorno, los grabados en los dinteles de los edificios, explorar el laberinto de uno de los recintos lleno de arañas y murciélagos, y después alejarse, es irse ensimismado, con un silencio  profundo y necesario para asimiliar lo vivido. Yaxchilán es inolvidable.

De ahí nos dirigimos a Lacanjá Chansayab y otra impresión quedó grabada en mis ojos y me dejó sin palabras.  A veces el silencio es la mejor manera de expresar lo que se siente. Nos recibió Don Enrique Chankín Paniagua, la viva imagen que yo tenía de un lacandón. Su bienvenida fue cálida, sonriente y atenta. Ya nos esperaba. Ese primer contacto con un lacandón me hizo olvidar mi mundo, la tecnología, las palabras, para vivir una experiencia única con la naturaleza.


Enrique Chankín
Nos instalamos en una cabaña sencilla de madera con techo de palma y pabellones cubriendo las camas para protegernos de los insectos de todo tipo: zancudos, jejenes, arañas, alacranes y no sé que más insectos había, pero eran muchos. Desayunamos y comimos con la familia que  nos ofreció alimentos que ellos consumen, descubrimos sabores insospechados como una sopa de verduras con hongos de la milpa y hojas tiernas de chaya con huevo.

Al siguiente día, muy temprano, conocimos a K´in, el guía que nos llevó a recorrer la selva. El camino se fue abriendo a un mundo impresionante de plantas, árboles centenarios, arroyos cantarinos que atravesamos con puentes hechos de palos y tablas, le sacamos la vuelta a miles de hormigas que se apropiaron de la vereda, y que según K´in era peligroso que nos picaran. Nos encontramos varios tipos de lagartijas, nos llevó a una ruina arqueológica invadida por la naturaleza, escuchamos el canto de las aves e insectos, los aullidos de los monos a lo lejos, pero sobre todo, el sonido de las cigarras nos acompañó en todo el recorrido, las escuchamos cambiar su canto cada determinado tiempo formando un coro en sintonía, sin errores. Alguien dijo que el sonido de las cigarras no te dejan pensar y tiene razón, es abrumador.
Probamos yerbas con sabor a pimienta y ajo sin ser especias y que ellos usan en las comidas. Escuchamos el canto de un tucán,  K´in imitó el canto de las palomas.

Cascada Las Golondrinas en Lacanjá
Después de una hora de camino llegamos a una cascada exuberante que nos invitó a sumergirnos y echarnos unos clavados, desde luego que yo preferí mirar los alrededores y platicar con mi guía, escuchar un poco de su vida, de sus costumbres. Me contó del video en el que aparece con el grupo Caifanes en la canción "Dime jaguar". La plática no fue fácil, él hizo un gran esfuerzo por hacerse entender y preguntando lo que no comprendía de mis preguntas y yo me esforcé por comprenderlo y apreciar sus palabras.
La experiencia más impactante de ese día fue un instante fugaz en el que apareció un colibrí que se acercó a K´in a su rostro, sus ojos se quedaron quietos, lentamente giró su cuerpo para mostrarnos la imagen,  y el colibrí lo siguió sin separarse de él con un movimiento imperceptible. Fue un momento mágico de comunión y respeto. Mi familia y yo nos quedamos impactados, sólo observando. Para mí fue lo más  impresionante de nuestro viaje. Al conocer a K´in pude comprobar lo que yo había leído de los lacandones y su cultura. Todo se queda en la memoria tal y como sucedió.
Gracias K´in por la congruencia de tu corazón.

Fotografía tomada del dintel de un recinto de Bonampak.
Bonampak tiene una riqueza incomparable en uno de sus edificios. Las pinturas nos cuentan historias vividas hace más de mil años. Se puede observar una procesión de músicos, escenas de los sacrificios que se realizaban. Lamentablemente están muy dañadas porque mucho tiempo estuvieron sin protección y en contacto con los visitantes, ahora siguen sin un cristal que las proteja, la gente sigue tomando fotos con flash porque no dimensionamos el valor incalculable de la herencia de nuestros antepasados mayas. Eso me impidió disfrutar Bonampak, otro de los interesantes y hermosos lugares del viaje.

Bonampak
                                                                            No todo fue maravilloso. Los lacandones están siendo arrinconados en especie de reservas, les están arrebatando la selva para explorar minas a cielo raso, talar árboles de maderas finas y hasta la fauna la están saqueando. Aún sigo con una confusión de sentimientos. Por una parte lo que se aprende al convivir un poco con ellos, lo que transmiten con su bondad y amor a su entorno, y por otro lado  la impotencia que se siente al ver la destrucción. El turismo es invasor  y las personas que están desarrollando los proyectos  turísticos en la zona tienen el deber de educarnos para convivir con respeto y responsabilidad en su mundo.
En fin, es para reflexionar.

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