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LA HUASTECA EN MIS RAÍCES



Soy de Tampico, Tamaulipas y mi madre de Platón Sánchez, corazón de la Huasteca Veracruzana. Tengo recuerdos imborrables de las vacaciones que en la infancia y adolescencia pasé en casa de mis abuelos. Una casa de barro y tejas con un bello jardín  al frente y un patio trasero lleno de naranjos. 
Los domingos era un día esperado, muy temprano me sentaba con mi abuelo en el corredor de la casa, en sillas de madera con tejido de paja, él sacaba de su camisa una bolsa con  hojas de papel arroz, tomaba una, la rellenaba de tabaco, mojaba la orilla con su lengua y lo enrrollaba. Aquel cigarro hecho en sus dedos era aspirado con deleite, yo a su lado veía pasar las figuras de humo y también a los indígenas que cruzaban el río en el chalán o a pie por el vado en tiempos de sequía. 
Siempre me asombró la vestimenta pulcra, colorida, mágica, y no se diga la emoción que me invadía al escuchar su dialecto mientras platicaban entre ellos. Iban rumbo a la plaza, ellos con su machete, sombrero y morral, ellas con sus huipiles y tocados hermosos, algunas con el rebozo, donde amorosamente cargaban un hijo. Pasaban y el saludo a mi abuelo lo esperaba con asombro: "Adiós chueco". El respondía con el alegre e irreverente saludo "Adios hijoeputa". Así era y así se me viene a la memoria.  Era un desfile de personajes diferentes: indígenas, campesinos, caporales, ganaderos, etc.
Antes de ir a la plaza a hacer sus trueques, los indígenas pasaban al templo a rezarle a la virgencita (Tonantzin) entre una nube de copal. Se sentaban en el piso o se recargaban en las paredes porque las bancas sólo eran para los ricos del pueblo. A la salida, los huapangueros con su jarana, violín y guitarra cantaban los mejores sones y quién podía quedarse al margen del sentimiento vivo y alegre, parecía que los pies tuvieran vida propia ya que se movían sin permiso al ritmo de la música. Cuántas sensaciones llegan a la memoria.
En la plaza todo era color, aromas, texturas, todo tipo de yerbas para guisar sabroso, litros de frijoles negros (medida tradicional), tamales de frijol, zacahuil, chorizo, carne seca, panecitos de dulce y sal, empanaditas de queso, cuántos recuerdos. Mi ser está conformado por todo ese mosaico de sabores, olores, sonidos, tradiciones que se llevan con orgullo. Porque la historia de uno se conforma de esas vivencias.


La Cecilia Tlacuatzin Son Huasteco

Gracias a los huapangueros que versan como si trajeran la rima de nacimiento, a sus cantos que hacen que se me ponga chinito el corazón cuando vuelvo a escuchar La Xochipitzahuatl (Flor menudita), la Petenera, el Cielito Lindo, la Cecilia, El Caimán.

Gracias abuela por enseñarnos a querer nuestras raíces, por permitirnos bailar con los diablos y los viejos en Xantolo y llevarnos al camposanto a dejar ofrendas, por el horno de barro para hacer el pan, el metate para preparar el chocolate. Gracias abuelo por la leche recién ordeñada, por el asomo fugaz al tapanco lleno de la cosecha de tabaco y enseñarme a disfrutar el café desde entonces. Gracias a la gente por la belleza de sus tradiciones y por seguir manteniendo vivas sus costumbres a pesar de la modernidad. Y gracias al Son Huasteco porque no hay nada que lo supla en el corazón. Abuela, ¿sigues bailando huapango? Abuelo, ¿tomas topos de aguardiente?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escuchen el violín, no se les pone chinito el corazón?